Primera Jornada Arquidiocesana sobre Familia y Vida

En este sitio publicamos información acerca de la Primera Jornada Arquidiocesana sobre Familia y Vida, que tuvo lugar en Montevideo (Uruguay) el domingo 23 de julio de 2006.

martes, agosto 15, 2006

La familia y la perspectiva de género (Lic. Néstor Martínez)

Frente a un “feminismo” entendido como reivindicación de los derechos de la mujer, en un contexto de aceptación de la común dignidad de persona humana y de diferencia natural con el varón, se plantea otro feminismo, el feminismo “de género”, para el cual “la inexistencia de una esencia femenina o masculina nos lleva a desechar la supuesta superioridad de un sexo sobre otro” (Marta Lamas).
Citamos a continuación a la “Wikipedia” en Internet, fiel portavoz del pensamiento “políticamente correcto” y de moda:

Género es una categoría de análisis en sociología y antropología, que más bien corresponde a la idea de rol sexual denotando un conjunto de normas y convenciones sociales del comportamiento sexual de las personas.
Los "Estudios de Género" forman parte de la reciente tradición de los Estudios Culturales (Cultural Studies) que iniciaron en universidades de Inglaterra y Estados Unidos a partir de los 1960s/70s. Sin embargo, sus antecedentes son mucho más antiguos. En 1949, Simone de Beauvoir afirma la frase que inicia el movimiento feminista del siglo XX: "Una no nace mujer, sino que llega a serlo."
El "Género" o rol sexual en sentido amplio es lo que significa ser hombre o mujer, y cómo define este hecho las oportunidades, los papeles, las responsabilidades y las relaciones de una persona.
Mientras que el sexo es biológico, el "Género" o rol sexual está definido socialmente. Por tanto, esos significados variarán de acuerdo con la cultura, la comunidad, la familia y las relaciones, y con cada generación y en el curso del tiempo.
A partir de estos "géneros" aparecen unos estereotipos de género, que son el conjunto de creencias existentes sobre las características que se consideran apropiadas para hombres y para mujeres. Estos serían la feminidad para las mujeres y la masculinidad para los hombres.
Y estos estereotipos a su vez crean los roles sexuales, es decir, es la forma en la que se comportan, realizan su vida cotidiana, hombres y mujeres en base a lo que se considera apropiado para cada uno.”

A esta caracterización de la Wikipedia hay que agregar que la teoría o perspectiva del género es de origen marxista, es decir, se presenta como una variante “feminista” del marxismo. Algunos colocan su origen en un artículo publicado por la antropóloga Gayle Rubin en 1975, titulado “The Traffic in Women: Notes on the Political Economy of Sex”, en el cual hace una adaptación feminista de las teorías de Marx, Engels, Freud, Lacan y Levi-Strauss.

La idea de fondo es que la versión tradicional del “género” como basado en la naturaleza humana justifica la dominación y la explotación sobre la base de las diferencias sexuales.



Estamos por tanto ante una negación de la naturaleza humana, que tiene su base última en la filosofía nominalista que impregna toda la modernidad.
El nominalismo es una corriente filosófica que niega que exista una naturaleza o esencia inmutable de las cosas y que nuestros conceptos nos la puedan dar a conocer. Lo comprendido mediante nuestros conceptos no existe en la realidad independientemente de nosotros. Nuestros conceptos serían solamente productos mentales y, por tanto, cambiantes y variables histórica y culturalmente.
Se opone al realismo, que sostiene que mediante nuestros conceptos, que abstraemos de la experiencia, llegamos a conocer, aunque sea en forma limitada e imperfecta, lo que las cosas son. El realismo sostiene que los individuos sí cambian, obviamente, pero que las naturalezas o esencias de esos individuos son necesarias e inmutables.
Es decir, por ejemplo, si un perro muere, ya no es perro, sino cadáver. Pero la naturaleza o esencia del perro no puede cambiar; concretamente, no puede ser que a partir de una fecha determinada “ser perro” no incluya, como nota necesaria, “ser mamífero”, por ejemplo.
El sentido común nos dice que hay ciertas características necesarias, por ejemplo, para ser un perro, como ser mamífero o ser carnívoro. Sin alguna de esas características, no se puede ser perro.
Pero además, no puede ser que esas características sean en número infinito, porque entonces nunca llegaría a haber perros. Luego, hay un conjunto finito de características que es a su vez necesario y suficiente para que algo sea un perro; es decir, necesario: que no puede faltar ninguna de ellas; y suficiente: que con ellas basta, para que haya un perro.
Eso es la naturaleza o esencia del perro. El perro individual puede cambiar, pero la esencia o naturaleza del perro, no. Y es que si la esencia misma cambiase, o perdería una de esas características, o adquiriría una nueva. En el primer caso, no todas eran necesarias, en el segundo, el conjunto no era suficiente, contra lo que hemos supuesto.
Por eso Aristóteles y Santo Tomás dicen que las esencias de las cosas son como los números: la adición y la sustracción cambian la especie. Es decir, un seis al que se le agrega una unidad no es un seis más grande o un seis transformado, sino un siete. Y un perro que no es un mamífero, no es otra clase de perro, pues no es un perro: es otra clase de animal.
La negación de que exista una naturaleza o esencia de las cosas es aplicada por estas corrientes feministas a la naturaleza humana, con la finalidad de negar que la distinción de sexos sea natural. Por eso son teorías “construccionistas”, es decir, sostienen que lo que nosotros pensamos que es natural, necesario, inmutable, en realidad es fruto de una construcción social, histórica, cambiante.
En el fondo, nos queda una filosofía del puro cambio o devenir, sin ser, sin cosas, sin realidad: una fantasmagoría básica sobre la cual se puede tejer luego los absurdos que se desee.



Al ser socialmente construido, el género no es inmutable, sino que depende de la libertad humana, que puede tener así la “opción sexual” que quiera, con el único límite de no privar de su libertad sexual a un tercero.
La “opción sexual” la definen algunos como “aquel sexo por el que cada persona se siente atraída”. Aquí hay una contradicción en el sentido de que se presenta como “opción” sexual, por ejemplo, la homosexualidad o la transexualidad y luego se dice que son tendencias irreformables, es decir, que no dependen de la voluntad de la persona, con lo cual no se ve muy bien cómo pueden ser “opciones”. Lo que pasa es que con el término “opción” quieren subrayar el hecho de que la orientación sexual no viene determinada por la “biología”, como dicen ellos.
Habría según esto, al menos cinco “opciones sexuales” igualmente válidas: heterosexual masculino, heterosexual femenino, homosexual masculino, homosexual femenino y bisexual.
La homosexualidad está en la línea de una superación de la tradicional división de sexos y por eso es aliada natural del feminismo radical. El feminismo radical niega que la distinción y complementariedad de sexos sea natural, de ahí se sigue que la homosexualidad no es antinatural, y por tanto, no es inmoral.
Por eso, la homosexualidad es reconocida como un derecho y el movimiento homosexual como algo positivo, puesto que, como dice una autora feminista, muestra que “la sociedad está equivocada respecto a la homosexualidad y a la heterosexualidad: ni la primera es antinatural, ni la segunda es natural” (Marta Lamas).
De ahí se llega también a la lucha contra la maternidad como vocación natural de la mujer y a la reivindicación del aborto como derecho, pues es la forma de liberarse en lo posible del obstáculo que la maternidad supone, principalmente, en estas ideólogas, para la participación en la política.


La diferencia y complementariedad entre los sexos masculino y femenino en la especie humana es un dato natural. Esto quiere decir:
Que necesariamente, por naturaleza, toda persona humana es masculina o femenina.
Que no existe otra “identidad sexual” natural fuera de estas dos.
Eso implica que la identidad sexual, al ser natural, no es objeto de libre elección por parte de las personas.
Esto se debe a que no existe una “identidad genérica” que sea independiente de la naturaleza biológica del ser humano varón y mujer y, por tanto, opcional.



La antropología de “género” desconoce la unidad sustancial del ser humano, en la cual el alma y el cuerpo no son dos cosas, sino que el alma espiritual es precisamente el núcleo ontológico del cuerpo mismo, lo que lo hace existir, ser cuerpo, ser viviente, ser animal y ser humano.
Por eso mismo, en la sana antropología, el ser humano, varón o mujer, es sexuado, masculino o femenino, en todo su ser, no solamente en el nivel biológico, sino también en el nivel espiritual.
Por la misma razón, no existe en el ser humano lo puramente biológico. Todo en el hombre es humano. Todo está afectado de algún modo por la naturaleza personal del ser humano. Si el sexo es “biológico”, entonces es humano, es parte de la naturaleza de la persona humana. La biología humana no es meramente una biología animal.
La ideología del “género” supone una visión dualista del ser humano, escindido entre una biología puramente infrahumana, despreciable en definitiva, y una libertad desencarnada, independiente del cuerpo y de la biología humanas. Un ángel asexuado en un cuerpo de bestia.
Entre lo “biológico” entendido como mera animalidad y lo “social”, la teoría del género escamotea lo propiamente humano, que es superior a lo meramente animal de la biología, porque es espiritual, racional, y es anterior a lo social, porque no puede haber sociedad humana sin personas humanas individuales.
Y deja en su lugar una “libertad” vacía de contenido, que parece flotar en el aire entre la animalidad biológica y la convencionalidad social.



Se nos puede objetar que si el ser varón o el ser mujer forman parte de la esencia o naturaleza de la persona humana masculina o femenina, habría que decir que el varón y la mujer serían dos especies distintas, pues una de las notas “necesarias y suficientes” de su esencia sería diferente en cada caso, a saber, masculinidad o femineidad.
Hay que responder que la masculinidad y la femineidad no pertenecen propiamente al plano de la esencia de la persona humana como tal, sino al plano de los accidentes, es decir, al plano de las propiedades o modificaciones de la naturaleza humana. La masculinidad o la femineidad no subsisten, es decir, no existen “en sí”: los que subsisten son el varón y la mujer.
Sin embargo, masculinidad y femineidad no son tampoco determinaciones contingentes y transitorias de la naturaleza humana, sino que configuran en forma necesaria y definitiva a cada persona.
Eso quiere decir que filosóficamente deben ser ubicados entre los “accidentes necesarios”, es decir, que derivan necesariamente de la naturaleza del ser humano, en el sentido ya dicho de que necesariamente el ser humano ha de ser masculino o femenino.
Sin duda que, en lo concreto, esos “accidentes necesarios” que son la masculinidad y la femineidad van acompañados de “accidentes contingentes” que, esos sí, son variables y culturalmente determinados, es decir, la forma concreta en que cada cultura vive la masculinidad y la femineidad.
El asunto es que el interés por trazar la línea entre lo contingente y lo necesario, entre lo social y lo natural, no puede llevarnos a negar la naturaleza humana y el carácter natural de la distinción entre los sexos, así como de ciertos roles que van necesariamente anexos a los mismos como, por ejemplo, la maternidad en el caso de la mujer.
Esto nos permite entender cómo es que la igual dignidad de la persona humana es compatible con la desigualdad de funciones, y por tanto, de deberes y derechos en el contexto de la sociedad humana, para varones y mujeres. Pues la igual dignidad se basa en la común esencia o naturaleza humana, a nivel sustancial, mientras que la diversidad funcional se basa en las diferencias sexuales que son del orden de los accidentes necesarios o “propiedades” de la naturaleza humana.
De hecho, es científicamente innegable la diversidad psicológica y física entre el varón y la mujer.
Parece necesario distinguir, entonces, entre los “derechos del hombre”, por un lado, que son comunes a varones y mujeres, y los “derechos del varón” y los “derechos de la mujer”, por otro, que son específicos para cada sexo. Este terreno nos parece bastante inexplorado al presente.


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